El otro día escuché a un hombre balbuceando como loco por las calles. Rogaba a Dios que su enfermedad se fuera. Según la letanía que recitaba, su cuerpo estaba infestado de pensamientos homosexuales. Unas monedas era lo que pedía a quiénes pasaban cerca de él, para poder curarse mediante un rito de la iglesia católica.
La gente del siglo XXI lo observaba confundida, atormentada por semejantes frases tan cancelables. —- La homosexualidad no es una enfermedad, viejo loco —- le gritaban quiénes lo escucharon. A pesar de eso, el hombre no dejaba de repetir en círculos su letanía.
Un intelectual que pasaba por ahí lo vio en su alucin y dijo — Debe de estar interpretando la figura homofóbica del hombre del siglo XX, este viejo es un verdadero artista. — Después le tomó un video y lo subió a internet. El hombre loco, después de varios días, comenzó a gozar de una fama increíble. Las redes sociales lo habían viralizado lo suficiente como para recibir miles de monedas diarias, como por aires de lástima y morbo social.
El hombre acumuló suficiente riqueza para salir de la indigencia. Supe que se compró una casa y se agarró un hombre alto y peludo como pareja, así vivió feliz hasta su muerte. La gente se olvidó de ese personaje, pero yo no. La lección que aprendí de él fue que no importa lo que digas, si no cómo el mundo interpreta lo que dices.