Les quiero contar sobre ésta mujer llamada Matilde. A ella la conocí cuando vivía en el fraccionamiento Las Palmas, al otro lado del río. Donde las rentas son costosas y la privacidad apenas suficiente. Ella tenía un sueño, el hermoso sueño de cocinar sus alimentos. Como su propiedad era inmensa, solía cultivar diversas plantas y frutos comestibles. Criaba conejos y gallinas, pollos, pavos y patos, para hacer unas recetas que podían enamorar a cualquiera que las probara.
Matilde era una persona muy poco común. En el siglo XXI la mayoría de las personas consumen croquetas para humano. El estado te provee de una alimentación adecuada (supuestamente) y en la práctica nadie de nuestras generaciones sabe sobre el antiguo arte de cocinar. La gente que conoce a Matilde se ha encantado con sus creaciones culinarias. Prácticamente nos devolvió el placer de comer, el progreso nos lo había arrebatado desde quién sabe cuánto tiempo.
Después de que Matilde acaparó suficiente fama por sus maravillosas habilidades, las empresas de la industria alimenticia comenzaron a tomar cartas en el asunto. Matilde fue detenida y privada de su libertad por infringir los derechos de los animales y las plantas, cuyas leyes modernas y arbitrarias determinaban ilegal y moralmente incorrecto el arte de la cocina. El debate sobre el caso de Matilde se extendió por el mundo, las opiniones de la gente estaban polarizadas, algunos defendían a Matilde y otros pudieron haberla linchado a muerte.
Después de meses de especulación, se anunció que Matilde quedó en libertad tras pagar una multa sustancial por sus supuestos delitos. Mientras que la conclusión del juicio circulaba por los medios, las empresas alimenticias que fabricaban croquetas se hicieron de una campaña publicitaria impecable, que alertaba a la población de los riesgos de la preparación de alimentos, la transmisión de enfermedades a través de vegetales y proteínas animales, ademas de la falta de nutrientes de las recetas culinarias del pasado.
A pesar de lo que se dijo en los medios, nunca volví a ver a Matilde, y creo que nadie volvió a hacerlo. Su casa sigue clausurada y ahora solo unos cuantos recordamos con hambre el sabor de sus creaciones. Me sigue saliendo saliva de la boca al acordarme de su pollo en mole enchilado. Ahora debo conformarme comiendo esta mierda que llaman comida para humano.